viernes, 22 de noviembre de 2013

Soldado de Tinta

Y tras haber sentido mariposas en su estomago, un día se dio cuenta que las crisálidas que eclosionaron en su interior no eran mas que mariposas muertas,sombras de sombras, vanas ilusiones de un amor verdadero.'

Esta es la historia de un pobre soldado que dio su vida no por las ansias expansionistas de su país, sino por volver a su hogar y abrazar a su amada, por cicatrizar sus heridas con los besos de ella, Beatrice, recorrió los infiernos, escuchó el silbido de los proyectiles, vio muerte y destrucción a su alrededor, esquivo cada bala serigrafiada con su no mbre y aniquilo con sus armas todo aquel enemigo que se cruzara ante él.

Aquí estoy,escribiendote una carta de despedida, un gesto cobarde quizás, pero necesario, ya que tus promesas están vacías, y por tanto, mis esperanzas también.

Hace dos meses que te escribí mi última carta,recuerdo que me encontraba en Verdun,resistiendo las acometidas germanas, observando a mi alrededor una estampa cruenta .Asustado, me resguarde en mi trinchera y sin esperanzas escribí una entusiasta carta hacia tu persona, mientras los obuses, caían sobre nuestra posición y la arena manchaba el amarillento y desgastado papel donde escribía mi corazón.

Desde entonces no he recibido respuesta alguna, hasta hoy,en que el mensajero me ha entregado una carta de una blancura impoluta con un sello diferente que me ha helado la sangre, tras abrirla y comenzar a leerla mi sangre ha hervido,he comenzado a odiarte. cómo has podido ser tan hipócrita, tan pragmática,como has podido rendirte tan rápido, yo que me enfrento cada día a la muerte para volver a abrazarte, que sueño cada noche con volver a tu lado, que guardo nuestra foto en mi pecho para que las balas no sean capaces de perforar mi corazón.

Me has abandonado por otro,quizás para tener mejor vida, o quizás por tener la seguridad de que esa persona no sea pasto de las balas o los morteros y pueda arroparte por las noches, has dilapidado a un hombre como yo por tu egoísmo, me has desvendado los ojos haciéndome ver la realidad de este mundo banal y vacío. 

Ya puedo entregarme bayoneta en mano a la muerte, no me queda nada por lo que luchar más que mi instinto mermado de supervivencia. Mi patria está aquí, en Verdun, junto a mis hermanos, hermanos de sangre derramada en esta tierra, hermanos de fuego y pólvora, aquí es donde está mi verdadero amor, el amor fraternal, aquel que nos hace levantarnos unos a otro cuando nos deslizamos por el fango de las trincheras enemigas, aquel que nos hace proteger nuestra retaguardia, compartir nuestras provisiones, darle agua de nuestra cantimplora a un hermano moribundo para calmar su sed.

Pero supongo que tú, querida, nunca sabrás lo que es esto, nunca combatirás largas noches contra otras personas a quienes siquiera conoces que aparentemente parecen malas personas, venidas de las profundidades del averno, pero que una vez heridos, te das cuenta que no son más que pobres jóvenes arrastrados a la guerra, que como tu, luchan por escapar de aquí y volver a sus casas, y a los que has arrebatado su sueño, solo para alimentar el tuyo y avanzar un paso más para conseguirlo.

Esto, Beatrice , es la Gran Guerra, y es donde me he hallado este tiempo, mientras tú ocupabas tus quehaceres diarios en compartir alcoba con aquel hombre al que ahora dices todo aquello que un día me recitaste y con quien seguramente acabes el resto de tu vida, supongo que es el destino el que nos ha llevado a esta situación, y es al destino al que ahora me voy a entregar, cargaré esta noche junto a mis hermanos contra las lineas enemigas, sin alma, pero con coraje. Adiós.

Aquella noche, tras la carga de su destacamento contra las lineas enemigas, aquel joven soldado yació muerto en las pantanosas tierras de Verdun con un disparo en el corazón que curiosamente perforó la foto que guardaba en el bolsillo de su camisa.

Un mes después, tras recibir la carta, Beatrice se casó en Versalles con su prometido.

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