Aún sigo teniendo pesadillas sobre lo que vi en aquel pueblo.
Todo comenzó un 13 de marzo. Me encontraba, como cada noche,
recorriendo el pueblo de Lipsbrook, o como se le conocía, "El pueblo del
mar" Un lugar de empinadas calles, aceras torpemente empedradas, con casas
blancas de grandes ventanales que por la noche se recubrían de un gris y
manto proveniente de la luna, a pesar de todo ello y de su fuerte olor a
pescado, a mí me resultaba un lugar propicio para mi trabajo, escribir.
Su muelle iluminado a medianoche por el rayo de luna lograba en
mí, sacar al pequeño escritor que llevaba en mi interior. Cada medianoche me
sentaba en un diminuto banco del muelle, de cara al mar, y conseguía
escribir media docena de sonetos, o simplemente expresar mis emociones.
Lo que para muchos era el lugar más andrajoso de Inglaterra, a mí me parecía el
sitio más inspirador y bello. Quizás ese reflejo decadente y el silencio
sepulcral era lo que me embelesaba de aquel pueblo.
Pero, aquella medianoche, tras subir al muelle, no conseguí
redactar la más mínima estrofa, no pude hilar dos frases seguidas, el tintineo
de las olas no consiguió inspirarme, ni siquiera la penetrante luz de luna pudo
arrancar de mi puño el más mínimo verso.
Hastiado, decidí moverme de allí y dirigirme al otro extremo del
pueblo. Bajé cuesta abajo la calle principal, las blanquecinas fachadas de las
casas escoltaban mis pasos, aquellas casas adquirían un tono grisáceo en la
noche, como si sacasen toda aquella suciedad que el sol ocultaba cada día, sus
paredes rezumaban una mezcla de yeso y salitre y sus techos a dos aguas los
cubrían del cielo como paraguas de teja. La avenida principal no era algo que
destacase por su belleza pero al cruce con la calle Crichton, la imagen cambiaba,
ante mí, la catedral de San Patricio se asentaba imponente en la oscuridad, su
fachada Neogótica rematada en su cenit por dos majestuosas gárgolas custodiaban
la noche, envidiaba a aquellas estatuas, algo dentro en mi interior sabía que
no eran inertes trozos de caliza, encerraban magníficos poetas que un día
vendieron su alma a Dios para lograr posarse durante los siglos a escribir en
lo alto de la catedral. Era maravilloso ver como a determinadas horas de la
noche, al incidir los rayos de luna sobre el centro del rosetón se proyectaba
un arco iris de luz en el cruce de ambas direcciones.
Una vez gire a la izquierda por la calle Crichton fui testigo de
la oscuridad de aquella travesía, los faroles habían agotado su queroseno, su
tiniebla atrajo mis pasos, mas sabiendo que al final de aquella calle estaría
en el principio del bosque, camine sobre la oscuridad vadeando las oquedades de
su pésimo empedrado, la ceguera comenzaba a inspirarme, mi mente comenzaba a
agitar sus alas y mis oídos se afilaban para captar las palabras que
condensaban la noche. En el momento de mayor éxtasis tropecé cayendo de bruces
al suelo. Mi reino de fantasía acababa de derrumbarse. Levanté mi cuerpo del
suelo y seguí mi trayecto, el bosque estaba a unos veinte metros.
Me adentre en el bosque, quería cambiar radicalmente el
emplazamiento, y aquel lugar era el adecuado , camine entre los robustos
troncos de los árboles que me escoltaban, oía el crepitar de las ramas sobre mi
cabeza, la estampa allí, era totalmente diferente, una grisácea luz caía sobre
aquel lugar, me costaba seguir hacia adelante debido a su casi inexistente
visibilidad. El lugar me recordó a cuando era niño y corría por los bosques
asturianos, recuerdo que me atraía la magia celtibera que habitaba sus bosques
y pensaba descubrir alguna criatura fantástica, el pasar de los años me hizo
escapar de ellos por su aséptica realidad. Era el momento de reencontrarme con
mi desaparecida infancia y adentrarme a descubrir lo que el lugar escondía,
quería interrogar a los ancianos robles y dialogar con los insomnes búhos que
noche tras noche realizaban su vigía. Acaricie cada tronco y arrastre mis pies
uniendo mis raíces a la madre tierra.
Tras andar largo tiempo en línea recta, cosa que hacía para no
perderme al regresar a casa e introducirme en el corazón del bosque para
escuchar su latido, vislumbre un pequeño pantano, cosa curiosa, ya que en los
cuatro meses que llevaba en Lipsbrook jamás había visto u oído nada sobre un
pantano.
Me decidí a inspeccionarlo caminando sobre su orilla,
encontré entonces un decrépito tronco caído en la orilla y me senté a
contemplar la calma del pantano.
A diferencia del mar, el pantano tenía un aspecto verdoso, no
parecía albergar vida en su interior y dudo mucho que allí se realizara pesca
alguna. Ese lugar me asustaba, tenía la sensación de que no estaba solo,
de que algo o alguien me vigilaba muy de cerca, sentía su mirada clavándose en
mí, al principio fueron meras paranoias, pero más tarde se convirtieron en una
mezcla entre miedo y curiosidad, digo esto, porque estaba muerto de miedo pero
si alguien me observaba quería descubrirlo.
El momento de mayor pánico llegó cuando tras sucesivos ruidos
extraños a mis espaldas, surgieron del pantano enormes burbujas. Había
algo bajo ese agua, centré mi mirada en la zona de burbujas, que intermitente
brotaban, cada vez con mayor virulencia. De pronto, vi alzarse del agua un par
de ojos de un amarillo intenso, la sangre se me heló, un escalofrío recorrió mi
cuerpo, no podía creer lo que estaba viendo, eran dos enormes ojos que relucían
en aquella oscuridad, no me perdían de vista.
Parpadeaban como el depredador que espera el movimiento de su
presa. Observé dos bolsas alojadas a cada lado de su cabeza que se hinchaban y
deshinchaban con intermitencia de manera sosegada, de un tono granate y sucio,
advertí que las burbujas del pantano se provocaban por su movimiento. El hecho
de ver solo la mitad de su rostro resurgir del agua me asustaba pero me
mantenía pegado a mi asiento pues deseaba ver la criatura al completo.
Podía huir, o al menos intentarlo, pero el riesgo de esperar su
salida me mantenía vivo, nuestras miradas se retaban, manteníamos un cara a
cara improvisado, un duelo entre dos depredadores.
La criatura respiraba cada vez con mayor ferocidad, el agua
temblaba ante su respiración. Al fin, tras años de espera, iba a descubrir las
fantásticas bestias ocultas en los bosques que durante mi niñez tanto
anhele.
Comenzó a salir del agua muy despacio, empecé a vislumbrar su
morro achatado, con colmillos como dagas, su semblante era espeluznante,
parecía el rostro de una criatura ancestral. Poseía un cuerpo chepudo con una
piel escamosa como la de un lagarto, unas robustas patas que caían pesadas y
potentes sobre el agua levantando violentas salpicaduras y una cola ancha y
alargada que llegaba hasta su sien coronada por un curioso faro verde en su
punta. Aquella luz emanada por la punta de su cola me fascinó, la agitaba en
suave danza, supongo que para embelesar a sus víctimas y arrastrarlas hasta sus
fauces, la criatura a cada paso me observaba y parecía esbozar una malévola
sonrisa, como el león que fija su mirada en una cría indefensa. Al salir del
pantano y estar a unos treinta metros, la bestia seguía andando con pasividad y
gran concentración, buscaba algún movimiento en falso mío para abalanzarse
sobre mí, ella dominaba la situación sus bolsas seguían absorbiendo y
expulsando aire tranquilamente y su lengua recorría las sierras de sus dientes.
Sus brazos se arqueaban con la intención de atraparme en el momento exacto y
sus afiladas garras se agitaban en réquiem.
Sentía su respiración cada vez más cerca, miré alrededor buscando
rutas de escape, que podría hacer para huir de semejante rey del bosque, mi
cuerpo reaccionó de forma instintiva e hizo que de un salto saliera corriendo de
vuelta al pueblo, corrí lo más rápido que mis piernas podían, no miraba atrás,
pero podía sentir su aliento en la nuca y sus pesadas patas quebrar el ramaje
del suelo, escuché como un búho que posaba en lo alto de mi cabeza, iniciaba su
precipitada huida. La gris luz sobre los arboles torpemente me dejaban ver el
camino y me di cuenta que andaba perdido, giré mi carrera, lo sentía cada vez
más cerca.
Recordé mi huida cuando tenía siete años de un perro que solo quería
jugar conmigo pero que yo pensé que intentaba atacarme. En este caso, dudo de
que mi espantoso perseguidor quisiera jugar conmigo aunque quizás si con mi
cadáver.
Atravesé metros y metros de bosque, salte los troncos caídos que
obstaculizaban mi escape, mi carrera se ralentizaba tras cada salto, en
cambio, la bestia arrancaba de cuajo cada árbol que estrechaba su camino.
Recuerdo una mirada fugaz que eche atrás para ver a mi agresor y descubrir cómo
sus enormes brazos con sus afiladas garras agarraban dos troncos y de un rápido
movimiento despegaba las raíces del suelo, el ruido de la caída de los troncos
hacía temblar cada vez más mis piernas, era inútiles escapar y me horrorizaba
pensar como la criatura iba a acabar conmigo.
Al fin vislumbre la pequeña entrada a una cueva, me adentré en
ella y corrí a ciegas oyendo los ecos de su voz. La cueva, privada de luz en su
interior, me llevo a recordar mi caída en la calle Crichton y me atemorizaba
cada vez más aquel camino. Escuché su fatiga resonar sobre el interior de la
cueva, sabía que lo tenía justo a mi espalda y que de un momento a otro iba a
atraparme.
Para mi salvación, vi una grieta por la que penetraba la luz,
iluminaba un pequeño agujero en el suelo, esa podría ser mi salida de esta
caza, al llegar a su borde me colé en su interior, caí unos metros y aterrice
sobre el agua, me hundí hasta el fondo y al segundo salí a la superficie como
si fuese una boya, atrape una bocanada de aire desesperada para no ahogarme y
al instante, la bestia intentó adentrarse por el agujero, pero su gran
envergadura sólo le permitía alojar su cabeza, con ferocidad intentó cogerme,
lanzando violentos mordiscos.
El choque de sus dientes resonaba en toda la cueva como dos
piedras tratando de quebrarse una a otra, era la bestia más terrorífica que
jamás el hombre haya presenciado, sus babas colgaban de su mandíbula y se
precipitaban sobre mi ropa.
La criatura, abrió su boca, emitió un fuerte rugido que retumbo
sobre toda la cueva, segundos después, se escuchó una réplica, pero esta vez el
rugido no era agudo como el de mi verdugo sino grave, parecía provenir de una
cosa de mayor envergadura. Nada más oírlo, la criatura sacó la cabeza del
agujero y corrió despavorida.
Asustado, decidí nadar para buscar una salida, para mí fortuna no
había mucha profundidad, y podía apoyar mis pies en el fondo. Tras unos minutos
nadando salí de allí y llegué a orillas del muelle. Me sentía a salvo, por fin
había llegado al lugar de donde nunca debí separarme.
Subí al muelle y baje la avenida principal, la hilera de faroles
que la iluminaban me resultó eterna y mi corazón no bajaba la intensidad de sus
latidos, estaba preparado para reaccionar ante un ataque sorpresa de cualquiera
de las dos bestias que había oído esa noche. Al llegar al cruce con la calle
Crichton el rosetón me ilumino como al preso que trata de escapar de su
prisión, tome la dirección derecha que por fortuna mantenía el queroseno de sus
faroles intacto, al llegar a su final, recorrí la calle perpendicular de
Williamson y observé las puertas de mi casa con su madera carcomida y su
fachada grisácea, nunca mi morada me había resultado un refugio tan
impenetrable, en un abrir y cerrar de ojos introduje titubeante mi llave en la
cerradura y con un hábil giro de muñeca abrí la puerta, atravesé el umbral y
cerré con fuerza la puerta. Una vez dentro moví el aparador situado a la
izquierda de la puerta a modo de contrafuerte y apagué los cándeles. Me hallaba
empapado, exhausto y aterrorizado, ¿Qué clase de criatura había visto? ¿Volverá
a por mí? Pero, lo que más me aterraba, era pensar que quizás esa no era la
única bestia que el bosque contenía. En la cueva se escuchó algo más, y por lo
que parecía era más grande y poderoso que mi perseguidor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario