sábado, 22 de marzo de 2014

Lipsbrook II

Al día siguiente, la mañana amaneció tranquila, el sol lideraba en lo alto del cielo y  penetraba por la ventana, incidiendo sobre mi cama e iluminando mis ojos, se escuchaba el canto alegre de los pájaros. El pueblo había vuelto a la calma tras la turbulenta noche, viraba en paz y armonía. El pueblo, porque yo seguía dándole vueltas al suceso, debía descubrir qué clase de animal o bestia ocultaba el bosque, por un momento me sentí un Livingston que recorre las sabanas africanas para documentar a leones, hipopótamos y jirafas. Pero, a diferencia de él, yo no poseía un rifle para defenderme ante un posible ataque, es cierto que en mi mesilla guardaba un revolver, pero sería inútil usarlo contra una cosa de tal envergadura.

Levanté mi cuerpo de la cama, me hallaba empapado en sudor, mis brazos me pesaban, no tenía fuerzas para andar hacia la ducha ni la cocina, el cansancio ganaba la batalla a mi mente aventurera y caí desplomado sobre la cama.
Una hora más tarde logre arrastrarme al baño y después de una rápida ducha y un copioso desayuno me lancé a la aventura.

Tras separar el aparador de la puerta y desbloquear la cerradura salí a la calle, la luz del sol cegó mi vista pero su calor me hizo sentirme vivo, había sobrevivido a la bestia y mi espíritu de escritor había vuelto, debía ir al muelle y escribir todo el día, contar mi aventura, mi huida "in extremis", la horrible cosa que había presenciado aquella noche. Pero no fue así, antes tenía que ir a la biblioteca para devolver un ejemplar de "Una Temporada en el Infierno" de Rimbaud que llevaba dos semanas en mi cajón.

Recorrí la calle Williamson, allí las casas eran de madera con techos en forma de paraguas, no era recta, y serpenteaba de un lado a otro dando mayor dinamismo al recorrido. A la mitad de la calle se hallaba la biblioteca municipal de Lipsbrook, un edificio antiguo, rectangular, de fachada empedrada y cuatro grandes ventanales distribuidos a la par entre sus dos plantas, con un arco apuntado en su puerta principal, puerta que media unos dos metros construida en madera de roble y un pomo dorado del tamaño de un puño.
Lo curioso de ese edificio era su total inutilidad. Era una gran biblioteca y poseía un rico fondo de libros, pero siempre se encontraba vacía, la tradición literaria no era el fuerte de la población, supongo que las profundas raíces pesqueras y el hecho de que el colegio se encontrara en el pueblo contiguo a Lipsbrook eran los responsables de este fenómeno.

Al entrar en su interior, un largo salón revestido de madera se desplegaba ante mí, con estanterías empotradas en sus laterales organizaba el saber de aquel lugar, las lámparas de araña iluminaban con tenue luz la instalación a fin de crear un clima propicio para la lectura. Me dirigí hacia el mostrador, salude a mi amigo Henri. Era el bibliotecario y el único guardián de aquella sede del saber, además de mi único amigo allí, supongo que nuestra amistad nacía de ser las únicas personas asiduas a revolver los estantes buscando un libro con el que alimentar nuestros ojos, y se cimentó con el intercambio de lecturas y la critica a los autores. De hecho, en más de una ocasión, había compartido con él mis escritos, a fin de escuchar una opinión relevante.

Al entregarle el libro, le pregunté sobre su familia, intentaba siempre ser cortés con él aunque aquellas cuestiones salieran más bien por compromiso. Su primera pregunta fue hacia mis nuevas composiciones y relatos, la curiosidad por llevarse a las manos algo nuevo le hacía brillar los ojos, para mí ese gesto engrandecía mi corazón, parecía que por fin alguien en el mundo esperaba nuevo material y apreciaba mi trabajo. 

Henri, era un tipo alto, de cuerpo delgado con una prominente barbilla, nariz aguileña y cabello acaracolado. Él no era un autóctono de Lipsbrook sino que sus raíces provenían de Londres, descendía de una familia acomodada de tradición literaria, su padre era el escritor londinense Tom Ludwig conocido por sus novelas burguesas y su actividad en los discursos de los tories. El pobre Henri heredó la pasión por los libros de su padre pero sus ideas progresistas le llevaron a separarse de sus lazos familiares y acabar en Lipsbrook. Henri aquí era feliz, cosa difícil en un lugar como este, se había desposado el año pasado con una hermosa joven anglicana de familia aristócrata de Lipsbrook.

Me ofrecí a colocar el libro en el estante que correspondía para que el pudiera echarle un vistazo a mi último soneto mientras tanto. Recorrí el salón buscando el módulo "R", al encontrarlo moví la vieja y desgastada escala a fin de escalarla y colocar el ejemplar en el lugar que le correspondía, apoye mi pie en el peldaño, crujió con fuerza, no parecía ser una escala muy estable, subí cauto y al introducir el libro junto a las obras de Rimbaud la escala quebró y me precipite al suelo. El impacto de mi cuerpo sobre el suelo retumbo en toda la biblioteca. Henri corrió a socorrerme, tras ayudarme a levantarme descubrimos que junto a mi había caído un libro sobre la historia de los primeros pobladores de la localidad. Contaba la biografía de un tal Howard Rowan. Al ir a colocarlo Henri, le insté prestármelo, me picaba la curiosidad de descubrir que clase de gente había colonizado este lugar y porque Rowan merecía una biografía.

Firme la extracción del libro, e invite a Henri a tomar una cerveza en la taberna de Phillips a la medianoche, no me vendría mal un poco de compañía aquella noche, además de tener la tentación de contarle el suceso de la noche anterior y tratar de sacar información.

Al llegar a casa abrí el libro de Rowan y pude leer en su prólogo:

"Esta es la historia de un hombre cuyo coraje y tesón guió a nuestros antepasados a la prospera tierra a orillas del mar que hoy llamamos hogar. Desde que pusiera la primera piedra en 1730 no ha dejado de entregarse en cuerpo y alma a nuestro pueblo.
Lamentablemente como todo gran héroe patrio, despareció un triste 1768 en los bosques de Lipsbrook. Algunos creen que fue devorado por un oso o que emigró hacia otras tierras donde iniciar la historia de un nuevo y próspero pueblo..."

Estaba ante el fundador de Lipsbrook, y algo me consternaba, el hecho de su desaparición en el bosque me llevaba a especular sobre su muerte. Debía seguir leyendo para saber más de este peculiar hombre. El libro narraba la travesía de Rowan junto a 30 hombres por las tierras del suroeste de Inglaterra, el descubrimiento tras las montañas de una vasta tierra fértil y con salida al Atlántico  de abundante pesca llevo a Rowan y a sus hombres a constituir un pueblo al que le dieron el nombre de Lipsbrook, en honor al apellido de la esposa de Rowan (Que gesto tan romántico). En sus comienzos el pueblo sufrió problemas debidos a un horrible temporal en 1730 que destrozo casas y cosechas, además de problemas económicos con las grandes compañías pesqueras y el gobierno que trataron de imponerles aranceles. A pesar de esto, el pueblo logro salir adelante gracias a la donación aprobada en 1732 de una parte de la pesca recogida a la compañía Atlántica de Inglaterra.

Lo extraño, viene en el capítulo de su muerte. La biografía cuenta que en Enero de 1768, Rowan en su afán intrépido partió una noche al interior del bosque de la que nunca regresó. A la mañana siguiente, un grupo de hombres rastreó el bosque con el fin de encontrarle pero la búsqueda fue en vano, nada se halló del gran patriarca de Lipsbrook. Desde aquel día, el bosque es un lugar sagrado y prohibido para ellos, lo han asumido como la tumba de su mesías y creen que él se unió a dicha tierra para protegerla por siempre. Supongo que esta era la causa por la que los habitantes eran tan herméticos y tercos con los visitantes, a quienes trataban correctamente pero con los que no simpatizaban.

Al acabar el capítulo, miré el reloj de mi muñeca y vi que sus manecillas indicaban la medianoche, me había pasado toda la tarde leyendo y llegaba tarde a mi encuentro con Henri. Me apresuré a salir de mi casa, recorrí veloz el pueblo hasta llegar a la taberna de Phillips, situada en frente del paseo marítimo. Arribe su puerta y con la lengua fuera me adentré en ella, vislumbre a Henri en su interior, puntual como siempre, esperaba mi llegada con una cerveza, pude apreciar que la espuma aun coronaba la cima del vaso por lo que no le había hecho esperar demasiado, le saludé desde la barra y pedí al orondo camarero una pinta. La tasca era un tugurio gris lleno de viejos pescadores rumiantes. En cambio, su luz tenue y su cerveza negra de grifo eran la magia de aquel lugar. Cerveza que aun sirviéndose en vasos sucios y desgastados y ser de un tono negruzco era extraordinaria. El camarero, a pesar de sus deplorables modales poseía una habilidad innata para servir cerveza. En cuanto a la gente que moraba aquel lugar, eran veteranos de la pesca que pasaban el día contando sus maravillosas capturas, era gracioso escuchar como todos ellos, en alguna ocasión, se habían enfrentado o avistado a horrendas bestias marinas como crackens o extraños peces de enormes fauces. Cosa a tomar en serio si estuvieran sobrios al contarlo.

Tras servirme la cerveza me senté en la mesa junto a Henri. Hablamos de nuestra jornada y me preguntó sobre las repercusiones del golpe sufrido aquella mañana. En unos minutos, pregunto sobre mi estado, es curioso, Henri me miró fijamente a los ojos y supo exactamente que ocultaba algo, quiso averiguarlo, pero yo me opuse con evasivas. Sabía perfectamente que él no las creía, ya que tenía la extraordinaria capacidad de ver más allá de mis ojos, era un brujo, imposible ocultarle algo. Advirtió un arañazo en mi brazo derecho y bromeó sobre si era un incidente de alcoba. Entre las risas, me fijé que al tiempo de mi llegada había aparecido un anciano, que no paraba de mirarme, se sentaba solo al fondo de la taberna sin ninguna cerveza en su mesa. Pensé que me espiaba, pues no tenía ningún disimulo en observarme, pero a la hora, el anciano miró su reloj y marchó apresurado.

Respiré tranquilo y pedí otras dos cervezas, mi charla con Henri comenzaba a ser interesante al hablar de Calderón de la Barca, y para celebrarlo que mejor que otra pinta. Justo al intentar analizar el problema existencial de Segismundo paró mi explicación y me instó a contarle que me ocurría, apoyo sus sospechas en mis incipientes ojeras y el temblor de mi mano derecha. Justo cuando iba a confesar, una botella de vino impactó sobre la cabeza de un joven pescador, la taberna se revolucionó y se inició una batalla campal. Henri y yo huimos de allí a toda velocidad para no vernos involucrados en la guerra tabernera. Salimos al paseo marítimo y nos dirigimos hacia su casa que se encontraba a escasos metros del muelle.

Al llegar a su puerta nos despedimos con un fuerte apretón de manos y me obligó a contarle al día siguiente mi problema, mi evasiva resurgió para preocuparle por la hora a la que iba a subir a casa y lo preocupada que estaría su bella esposa, con mueca seria, volvió a repetirme que debía contarle mi problema y se marchó.

La noche era apacible, ni un ápice de aire corría desde el horizonte y sobre mi cabeza la luna se ocultaba tras la fina seda de las nubes, ande observando su rostro hasta el muelle y cual fue mi sorpresa, cuando avisté al anciano que horas antes me espiaba en el muelle de carga. Estaba cargando cajas de pescado a un pequeño barco, decidí ocultarme entre las sombras de la noche para averiguar que clase de hombre era y cual era su misión aquella noche. Mi intuición me decía que ocultaba algo. Poco a poco fui acercándome a su posición, ahí estaba él, mirando a un lado y a otro mientras acarreaba cajas y cajas de pescado ¿Qué clase de pescador carga pescado en su barco a estas horas de la noche? La explicación más lógica era que se tratase de un ladrón, sería un pescador retirado sin nada que llevarse a la boca que roba mercancía a la medianoche. Aunque claro, por la cantidad debía mantener a una familia de treinta o más miembros. Cuando estuve lo suficientemente cerca, aproveche uno de sus viajes al depósito para introducirme en su barco. Una vez dentro, me arrastre al interior de su despensa.

El olor a pescado era denso, me costaba respirar, la madera podrida y la sangre de pescado decoraban su interior, allí abajo encontré una vieja manta que use a modo de camuflaje, una vez bajo su manto escuché sus pasos sobre mi cabeza, la madera crepitaba con fuerza como para partirse en un instante. Si él bajara a la despensa y me descubriera no sé muy bien lo que ocurriría, seguramente tendría que luchar con él y huir a toda prisa, su mirada en la taberna no parecía la de un simple e inofensivo ladrón y eso me  asustaba, aunque por otra parte era un anciano al que fácilmente podría reducir, eso contando con que no llevase un arma de fuego consigo, en ese instante recordé mi revolver y pensé en lo bien que me vendría en esa situación.

El ajetreo de cajas cesó y noté la suelta de amarres, era el momento de zarpar, el motor arrancó y comenzamos a movernos, el mar estaba en calma y la travesía fue tranquila, al fin iba a descubrir cual era el destino de este ladrón y si trabajaba sólo o era contrabando. Al poco de zarpar, nos paramos, no podía ser, el anciano habría olvidado algo, no habíamos siquiera avistado el pueblo contiguo, ¿Que tramaba?


Volvió a caminar sobre mi cabeza y empezó a descargar cajas, pero no se escuchaba a nadie recogiéndolas abajo ni habíamos encallado, me moví en silencio a fin de ver lo que sucedía, subí lentamente la escalera de la despensa y levante unos centímetros la trampilla para observar. Estábamos a orillas del bosque, el anciano arrojaba el pescado de las cajas como el que arroja pan a los pájaros, pero en esta ocasión lo que iba a aparecer no era precisamente un pájaro. Al poco de arrojar pescado a la orilla surgió de entre las sombras una enorme criatura,  andaba lenta y pesada, a punto estuve de lanzar un alarido de terror, aquella bestia no era la que me ataco la noche anterior y por supuesto era más temible.

.....Continuará.....

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