miércoles, 7 de mayo de 2014

Lipsbrook VI

Bendita Elisa, le resultaba tan fácil hacerme sufrir con cualquier tontería, tras llegar a casa y hablarle de nuestra cita con Henri y su familia, paso largo tiempo remoloneando por la habitación, revolviendo cada conjunto guardado en el armario, armario que hace unos días era mío pero que se apropió nada más pisó esta casa. Se probó toda la ropa, me la mostró, esperó mi aceptación y la repudió con cualquier excusa para ponerme cada vez más nervioso, pues el tiempo corría y mi estrés por llegar tarde aumentaba, además, estaba deseoso de descubrir el botín robado a Gustave que Henri poseía.Deseaba irme yo solo rumbo a casa de Henri, pero no quería quedar mal por no llevar a Elisa conmigo. 

Al decimocuarto conjunto, le agarré del brazo y antes de que pudiera decir algo contra su vestido besé sus labios con pasión. Necesitaba que cesara su tortura, no aguantaba un solo conjunto más. Alargó el beso con sumo cariño, me acarició la nuca y cerró sus ojos, hacía mucho tiempo que no me besaba así, y me encantaba, era realmente agradable cuando quería, y en el fondo, ambos sabíamos que estábamos predestinados a estar juntos. Tras el cese de nuestro impulso amoroso, salimos de casa, debíamos dirigirnos hacia la calle Brunt, así que avanzamos en sentido noreste, la luna asomaba tímidamente frente a nosotros y la noche con semblante tranquilo nos permitía escuchar el devenir de las olas. Elisa iba hablándome sobre las sensaciones que Nantes la producía, yo con oídos sordos me limitaba a asentir con la cabeza mientras mi mente solo pensaba en el diario de Rowan, las bestias del bosque, la Orden de Critón y las pertenencias sustraídas en poder de Henri.

Por las pocas palabras que pude oír, parecía que Nantes se había convertido en su meca, algo así como Lipsbrook para mí, en el fondo sabía que lo que Elisa pretendía era convencerme para irme allí con ella, sus estrategias me eran viejas conocidas. No pensaba separarme de aquí, no quería arriesgarme a perder la poca literatura que me quedaba, sabía que una vida con ella en Nantes significaría un cambio de estilo en mi escritura, volvería al estilo vitalista digno de poetas enamorados que basan sus textos en describir y documentar su amor, esa etapa ya la superé, mi verdadero talento no residía ahí, ahora tenía un mundo de ficción por descubrir.

Cuando atravesábamos la calle perpendicular a Brunt tropecé con una piedra, como resultado, caí de bruces al suelo. En ese instante, la dulce Elisa soltó una sonora carcajada, su sonrisa se abrió de par en par y sus ojos se arrugaron, si no fuese por la rabia que un golpe así causaba ante mi torpeza, me habría quedado un rato en el suelo contemplándola. Desde abajo se veía una figura imponente a la vez que sensual, admiraba su bella sonrisa junto a su dorado cabello cayendo sobre sus senos, eran hilos de oro brillantes como el sol, las enormes esmeraldas se ocultaban ante el pliegue feliz de sus párpados. Qué pena tener que levantarme por vergüenza del suelo, pues me tiraría horas viéndola.

Una vez de pie, Elisa se dedicó a bromear sobre mi caída, algo típico en ella, cosa a la que ya estaba acostumbrado, no podía divagar mientras caminaba, mi cuerpo desconectaba y erraba como un torpe muñeco de trapo. A pesar de la infinidad de veces que me había caído a lo largo de mi vida nunca había sufrido una herida o lesión, mi resistencia a los golpes era digna de un boxeador inglés. Recuerdo un día asistir a una velada de boxeo cerca del Támesis y ver a dos rudos boxeadores tirarse toda la tarde repartiéndose golpes a puño descubierto y no caer noqueados, eran hombres extraordinarios, pegaban con puño de piedra contra piedra, en ningún momento ninguno de ellos dio la más mínima muestra de dolor o cansancio. Al vigésimo asalto el árbitro paró el combate y los titanes se fundieron en un abrazo como si de dos amigos se tratase.

Por fin llegamos a la Calle Brunt, era una calle curiosa, se diferenciaba del resto de Lipsbrook por sus casas más altas que el resto y sus fachadas marrones, tenían un semblante señorial, parecían casas de ciudad más que de pueblo. La casa de Henri era especial debido a la gran enredadera que decoraba su fachada, además de amante de la literatura era un gran jardinero y cuidaba la enredadera a diario. Siempre que pasaba por aqui me encantaba pararme a verla, parecía como si la madre naturaleza abrazase la casa.

Elisa, tras saber que esa casa era nuestro destino, marchó decidida a la puerta y la golpeó con sus nudillos, a los pocos segundos una joven salió a recibirnos, se trataba de Emma, la mujer de Henri. Emma era la hija mayor del alcalde del pueblo, era una mujer bajita, delgada, de cabellos castaños y ojos color avellana, sus rasgos faciales diferían de los autóctonos de Lipsbrook ya que su nariz era pequeña y respingona, así como sus carrillos no eran abultados ni rosados y su barbilla desfilaba sutilmente no como la de las mujeres de aquí que son anchas y pronunciadas, seguramente su madre no fuese inglesa. Sus modales eran excelentes y poseía una elegancia digna de la aristocracia, con cortesía se presentó ante Elisa y amablemente nos invitó a entrar.

El interior de la casa, digno de un bibliotecario, albergaba libros por cada rincón, Henri no llevaba el orden a su casa y dejaba los tomos en cualquier parte, mientras Emma nos guiaba hasta el comedor de la casa, iba recogiendo cada libro y cargándolo en su regazo mientras con finos modales trataba de ocultar su enfado por el desorden de su marido. Una vez llegamos al comedor encontramos a Henri sentado en su sillón fumándose una pipa, no era habitual verle fumar, de hecho solo lo hacía cuando se encontraba nervioso. Nada más vernos, levantó su cuerpo del sillón y vino a recibirnos, saludo en primera instancia a Elisa y luego nos dimos nuestro tradicional abrazo. Tras esto, me invitó a acompañarle a su cuarto, veía que yo no era el único impaciente por ver las reliquias de Gustave. Emma por su parte llevo a Elisa a sentarse para charlar, eran una pareja realmente encantadora y me agradaba tenerlos como amigos.

Al entrar a la habitación de Henri, sacó de su mesita de noche una pequeña figurita de madera tallada y la colocó sobre la cama, luego ando hacia la pequeña librería y como un autómata cogió un libro que también poso sobre la cama, después de esto se sentó en la cama y me pasó la figurita - ¿Te suena de algo?- dijo mientras yo ojeaba la figura. Era la talla de un animal parecido a un hipopótamo con seis patas, se asemejaba a la bestia del bosque, pero la mala calidad con que estaba tallada no me aclaraba su similitud, lo intuía por el hecho de estar representado por seis patas.

Pare a pensar en porqué una representación del animal, parecía como si se hubiesen obsesionado con él y lo viesen como una deidad. Por lo que sabíamos Rowan le debía la vida, pero la madera no parecía muy antigua como para que fuese tallada por él, además visto su trazo al dibujar dudo mucho que fuese capaz de conseguir hacer una estatuilla. Tras ver con detenimiento la figura, Henri abrió el libro y me leyó:

- El "Oberodon" o "Titán del pantano" es un mamífero centenario que según la leyenda habita los bosques del suroeste de Inglaterra. Se trata de un animal de sextipedo de unos tres metros de largo y metro de alto, que pesa entorno a unas dos toneladas. Según las historias es un animal apacible que no ataca al hombre, salvo si se ve amenazado. Los avistamientos cuentan que es inmune ante cualquier armamento y que usa su fuerte hocico como martillo para atacar a sus presas.

Palabra de "Maximilian Carter"  Jefe supremo de la Orden de Critón.

No podía ser verdad, Henri tenía en su poder un libro de la Orden de Critón, poseía un bestiario con datos sobre la enorme criatura del bosque. Me sentí orgulloso de Henri, había tenido la rapidez suficiente para arrebatar la información necesaria para mi investigación.

Pregunté por el contenido del libro y me contó que sólo se trataba de órdenes para la misión de Rowan. En él se le exigía atrapar a la criatura y llevarla a la sede en Londres. Venían las fichas de los hombres que se asignaban a su compañía así como distintos recortes de prensa donde se hablaba del "animal". Lo que había leído no era más que la síntesis que Maximilian había redactado.

Antes de que pudiese preguntarle más sobre los objetos sustraídos la voz de Emma resonó por el pasillo, reclamaba nuestra presencia con un tono algo seco. Ambos nos dirigimos al comedor como si de dos obedientes soldados se tratase, al llegar la imagen me arranco una sonrisa, Elisa y Emma discutían sobre el pueblo, Emma quiso encontrar un apoyo a sus palabras en Henri y le incitó a afirmar que Lipsbrook era un lugar tranquilo con gente de bien, o sea, anglicanos.

Elisa defendía lo contrario, ella creía que los anglicanos al igual que los católicos eran gente sumisa, alienada y por tanto, fácil de manipular (Vaya, parecía que no era el único que había leído las tesis de un alemán llamado Marx). Ambas estaban enzarzadas en una discusión religiosa, Henri y yo no queríamos inmiscuirnos en la disputa y preferimos ir a la cocina a por unas copas de vino. Mi ateísmo me llevaba a apoyar a Elisa, yo no creía en nada divino ni todopoderoso, es más, había leído a gente como Hume, Feuerbach y Marx y me habían servido de base para apoyar mi total renuncia a Dios. Pero no quería meterme en ese tema de discusión por respetar la creencia de una mujer como Emma que criada en una familia aristócrata de Lipsbrook no aceptaría jamás una versión atea del mundo.

Cuando Henri y yo descorchábamos el vino y sacábamos las copas, un alarido nos sobrecogió. Pegué un bote ante la sorpresa y una de las copas se resbaló de mis manos destruyéndose contra el suelo. La casa se enmudeció de pronto, ya no se escuchaba la más mínima voz, nuestras acompañantes guardaron silencio ante la estupefacción del momento. El grito parecía provenir de la calle, es más, por su intensidad me hacía sospechar que venia del otro lado de la ventana del comedor. 

Antes de que pudiésemos volver  un segundo grito desgarrador resonó tras la ventana, Henri y yo corrimos veloces al comedor, en el camino cogí un hierro y eché de menos mi viejo revolver, me vendría genial en aquel momento. Al llegar, Elisa y Emma estaban aterrorizadas y agachadas bajo la ventana, Elisa con lágrimas en los ojos nos hizo gestos para agazaparnos. Hicimos caso de sus palabras y nos dirigimos a su lado. Bajo la ventana apagamos la luz para pasar desapercibidos, no sabíamos muy bien que había afuera pero no queríamos descubrirlo, y más sabiendo lo que habitaba el bosque. 

Al apagar la luz, la oscuridad se apodero de la estancia, estábamos cegados, ocultos entre las sombras con una única fuente de luz grisácea que atravesaba la ventana y que provenía de la luna. La amarillenta luz del farol que se erguía frente al piso se encontraba apagada. Volvimos a escuchar algo fuera, pero esta vez no era un grito, ahora era un jadeo, los pasos se oían cada vez más cerca y el miedo agarraba nuestros cuerpos. Cuando su presencia estuvo lo más cerca posible a nosotros un haz verdosa iluminó la estancia, todo el comedor salió de las tinieblas pero había quedado atrapado por algo aún peor, un luminoso. 

El farol de su cola se movía de un lado a otro escrutando cada rincón de la casa, las sombras verdosas parecían espectros bailando en un intento por escapar del depredador del bosque. Tratábamos de mantenernos en estado de apnea para no desvelar nuestra posición, aunque los cuatro sabíamos que él estaba oliéndonos. 

Al alzar la vista hacia la ventana observé de cerca su linterna. Su dura piel escamosa agarraba fuerte una bola como el palo de madera agarra la esfera de poder de un brujo. Pero la esfera no era de cristal, parecía esponjosa, aplastable, con un tacto digno de tocar. La contraposición a su dura y repugnante piel se encontraba en la cima de su cola, además, el suave movimiento efectuado junto a su luz me dejó embelesado. No podía apartar la mirada de ella, era tan serena, tan dulce y a la vez misteriosa. Deseaba agarrarla, arrancársela de su horrible cola y posarla en mi escritorio para escribir cada noche y dormir con ella encendida.

Comencé a respirar cada vez más deprisa, empezaba a prepararme para agarrar su farol, no podía pensar de forma racional, me guiaba el impulso, no me importaba delatar nuestra posición ni sacrificarme a mí y los míos en el intento, solo me faltaba el detonador para levantarme y lanzarme contra su cola que llegó cuando toco la ventana a modo de llamada, fue ahí cuando vendí a los míos y me levanté, me puse en pie y observe frente a frente la luz, segundos antes de abrir la ventana para cogerla el faro se acercó al rostro de la criatura. El terror se apoderó de mí, desperté de golpe del embrujo, estaba delante de la muerte, su morro achatado se abría en risa malévola, y sus ojos comenzaban a abrirse, y digo esto ya que no descubrí hasta ese momento que poseía cuatro ojos, en el pantano solo pude ver los amarillentos ojos superiores, pero ahora veía que bajo ellos se encontraban otros de mayor tamaño, de un negro intenso, eran los ojos de la muerte, aquellos que sólo ven sus presas instantes antes de morir, capaces de absorberte el alma con una sola mirada. Su respiración bañaba la ventana en vaho, cosa que me hacía conocedor de que aquella cosa horrenda poseía alma. Las piernas me temblaban y mi cuerpo estaba inmóvil, no podía reaccionar y me preparaba para recibir su embestida, supongo que sería uno de los efectos producidos por su trampa verde. 

La bestia dio un cabezazo contra la ventana que nos sobrecogió a todos, afortunadamente, el cristal soportó la embestida y logre ganar tiempo para intentar retomar el control de mi cuerpo, la criatura retrocedió unos pasos y se preparó para un segundo intento de penetración. En ese mismo instante, Elisa me lanzó la vara metálica que agarre en un acto reflejo. Aquel gesto me había devuelto el control de ni cuerpo y ya podía intentar repeler su ataque. La criatura volvió a golpear el cristal y en esta ocasión si logro romperlo y penetrar en el comedor abalanzándose sobre mí, agarrándome con sus afiladas garras y desplazándome unos metros junto a él, allí me encontraba, tumbado de espaldas sobre el suelo con mi horrendo verdugo encima, por suerte, mi instinto me llevó a colocar la vara a modo de lanza y esta había apuñalado a mi depredador en el cuello produciéndole una muerte instantánea.

Ahora me hallaba con una inerte criatura, que precipitaba sus babas sobre mi rostro y cuya sangre espesa y negra manchaba mis manos y cuerpo. Me sentía dolorido y agotado pero me reconfortaba el hecho de saber que aún seguía vivo. Había derrotado a mi perseguidor, pero, algo en mi interior me decía que este no era el mismo monstruo que me persiguió aquella noche, lo que me produjo un escalofrió.

Su pesado cuerpo oprimía mi pecho y me hacia difícil respirar, el horrendo rostro que tenía a escasos centímetros de mi cara me seguía aterrando, a pesar de saber que no podría hacerme ya nada. Los cuatro fieros ojos se habían cerrado para siempre y sus curiosas bolsas alojadas a cada lado de su cabeza se habían contraído exhalando el último aliento de vida.

Ante el suspense y silencio sepulcral de mis compañeros, retire el cuerpo de la bestia hacia un lado en un violento movimiento, recuerdo su tacto, pringoso y robusto, mis dedos se pegaban al rozar su superficie, era como palpar la piel de una rana. Tras apartar a la criatura, la alegría se apoderó del lugar. Henri, Emma y Elisa corrieron a socorrerme preguntándome por la integridad de mi cuerpo, rápido me incorpore y les tranquilice contando que no poseía un solo rasguño, había sido solo una contusión.

Lo más sorprendente fue la reacción de Elisa, corrió a abrazarme sin importarle lo más mínimo que estuviese pringoso y manchado de sangre de luminoso. En ese momento caí en la cuenta de que gracias a ella había logrado sobrevivir al ataque. Le debía la vida, no se había amedrentado ante el peligro y supo reaccionar a tiempo lanzándome un salvavidas. Durante su abrazo descubrí que tenía la camisa rasgada por los laterales, había sido una suerte que sus garras no penetraran mi piel, ya que su herida me habría resultado mortal al estar en la zona lumbar.

Emma y Henri, aun contentos por mi estado, se mostraban aterrados ante el hecho acontecido, un luminoso se había adentrado en Lipsbrook. Las reglas del juego habían cambiado, quien podía asegurarnos que este ataque sólo fuese un hecho aislado, podría haber varios de ellos merodeando el pueblo en busca de alimento. Lo que era seguro, es que esta casa ya no estábamos a salvo, teníamos una ventana rota por la que les sería fácil entrar, además de uno de ellos muerto, que atraería al resto a nuestra posición. 

El pánico se apoderó de Emma quien lloraba desconsoladamente, apretaba con fuerza un rosario a la vez que susurraba sus plegarias, repetía a modo de mantra el nombre de Steve, su hijo, estaba fuera de sí. Agarré a Henri rápidamente y le propuse dirigirnos a mi casa, allí nos encontraríamos a salvo, además, se encontraba más alejada del bosque por lo que sería menos probable recibir un ataque, no quedaba otra alternativa posible. Levantamos a Emma del suelo, su marido la calmó recordándola que su hijo estaba en Newcastle con sus abuelos y tras secarle las lagrimas todos salimos de la casa.

Una vez fuera, la oscuridad era total, ni un sólo farol lucia a lo largo de la calle, cosa curiosa, ya que hacia horas que debían haber iluminado la calle. Nuestra única guía en la oscuridad era el grisáceo manto que caía del cielo cosa  que nos permitía vislumbrar sombras, menos mal que sabía llegar a mi hogar aun con los ojos cerrados. Entre la confusión de la noche, y el miedo aterrador que recorría nuestro cuerpo, comenzamos a caminar calle arriba. 

El silencio era total, ni el más mínimo murmullo se oía en aquel pueblo, a cada paso nuestra mente imaginaba ruidos sobre nuestras cabezas y en ocasiones uno de nosotros paraba para mirar a su alrededor tratando de ver a un depredador siguiéndonos, al no ver peligro continuábamos la marcha.

Al llegar al final de la calle Brunt y enfilar su perpendicular, vimos que los faroles se hallaban iluminados, aquel descubrimiento nos tranquilizó, lo peor ya había pasado, los cuatro nos miramos con gesto de satisfacción bajo la luz del primer farol de la calle St Patrick, aliviados proferimos una tímida carcajada para eliminar nuestro miedo. En ese justo instante, la puerta de una casa cercana a nosotros, se abrió, de su umbral surgió un joven con pálido semblante, asustado nos hizo un gesto de silencio tapando su boca con el dedo índice, el miedo volvió a nosotros de nuevo, aquel joven no quería silencio para dormir pues iba vestido de calle, nos estaba avisando del peligro.

Los cuatro miramos aterrados sobre nuestras cabezas tratando de descubrir la amenaza, el joven nos instó a entrar a su casa, no le conocíamos de nada pero nos ofrecía asilo, mi casa estaba a unos cincuenta metros, pero por el estado de nervios del joven debíamos estar arriesgándonos demasiado al ir hasta allí, decidimos hacerle caso y aceptar su invitación. 

En el momento que íbamos a dirigirnos hacia él, un Luminoso saltó por encima de nuestras cabezas y lo arrasó, ambos se introdujeron en el interior de la casa, un grito ensordecedor retumbó por todo Lipsbrook. Ambos comenzaron una lucha a muerte en el pasillo de la casa, los golpes de la bestia sobre el cuerpo del joven lo devastaron, en uno de aquellos golpes la puerta de la casa se cerró, no podíamos ayudarle ya, estaba perdido, nuestra única opción era correr hasta la casa. Nuestra mente se diluia ante el terror y los gritos de dolor de aquel joven, la bestia rugía hambrienta y victoriosa ante su caza en el interior de la casa, en aquel instante desearía haber poseido mi revolver para disparar contra aquel infame monstruo, devolviendole así al lugar donde pertenecia, el infierno.

Antes de que surgiesen de entre las sombras más depredadores, nos dejamos guiar por nuestro instinto e iniciamos la carrera hacia nuestro refugio, detrás nuestra se escuchaban los gruñidos de las bestias, estábamos predestinados a servir de presas para aquellos demonios de la noche. Cada paso que dábamos significaba un aliento  más de vida, se escuchaban las pisadas de luminosos, notábamos sus punzantes miradas penetrando nuestro cuerpo. Al fin, llegamos a la puerta, el portal de nuestra salvación, brillaba radiante al estar iluminada por la luna como si de la entrada al paraíso se tratara, introduje la llave rápidamente mientras mi mente imaginaba un ataque lateral de una de esas criaturas, giré la llave desbloqueando la cerradura y de un salto penetramos su interior. 

Una vez dentro cerré la puerta echando la llave, y con la ayuda de Henri, colocamos el aparador como barricada. Tras esto, clavamos unos viejos tablones de madera en las ventanas para taparlas así evitaríamos repetir el episodio de la casa de Henri. Todos nos encontrábamos cansados, anonadados y aterrados ante los hechos acontecidos aquella noche, la adrenalina rebosaba nuestro cuerpo. Creíamos que el miedo evitaría nuestro descanso, pero no fue así, los cuatro sucumbimos al poder del sueño.

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