viernes, 25 de abril de 2014

Lipsbrook V

¿Quién es Gustave? Pregunté a Henri confuso. A lo que me respondió explicando que ese era el nombre del anciano pescador. 

Gustave había muerto, cosa normal en un hombre de su edad, la sombra de la muerte era palpable en su figura, sus movimientos ya eran pesados y costosos y la fuerte tos era señal clarividente de que algo en su interior ya no funcionaba. Pregunté a Henri por la causa de la muerte, me lo aclaro diciendo que fue debido a causas naturales. El miedo en sus palabras me desconcertó, no comprendía el miedo que podía causarle la muerte de aquel hombre, ni que ello pudiese afectar a su vida.

Le pedí que pasásemos a mi casa, pues debía terminar de vestirme, además del frío de salir descamisado a las calles de Lipsbrook. Una vez dentro, con mirada escrutadora obligué a Henri a explicarme el miedo en sus palabras, a lo que respondió con una pregunta entrecortada por el pánico:

- ¿Qué pasara ahora que Gustave ha muerto?

No supe que responder, pero por fin pude entender su preocupación, Gustave era el último descendiente de los guardianes del bosque. Ahora no sabíamos quién iba a saciar a las fieras manteniendo el equilibrio, quizás tuviese descendencia y no tendríamos de que preocuparnos, o puede ser que haya muerto sin mujer ni hijos y ya nadie perpetúe su trabajo. Debíamos cerciorarnos de conocer si poseía familia y de si alguno de ellos era consciente de la tarea que se le había legado. Tarea compleja, ya que el más mínimo fallo podía desencadenar un episodio fatídico en el lugar.

Con paso zigzagueante, la esbelta figura de Elisa se vislumbró al fondo del pasillo, andaba desubicada como un ángel recién levantado de su letargo, el delicado camisón de seda ondeaba caprichoso alrededor de su cintura, su rostro aunque cansado por la pasional noche, lucía grácil, al igual que su cabello, el cual trataba de despertar agitándolo con su mano derecha. La contemplación de Elisa nos dejó hipnotizados, Henri paró sus divagaciones y ambos la observamos, hubo un silencio entre nosotros que se cortó en el momento en que ella me preguntó por el desayuno.

Era increíble, estaba ante la presencia de un invitado y lo primero que se le pasaba por la cabeza era desayunar, su descaro era algo que siempre me gustó, decía lo que quería en el momento que quería, le indiqué la cocina explicando la ubicación del café y la poca bollería de que disponía y después de escuchar mis palabras se dirigió a él, y con una voz sumida en mil sueños dijo:

-Encantada señor, me llamo Elisa.

Tras su rápida presentación dio media vuelta y marchó hacia la cocina. Cuando ella desapareció, en nuestra cabeza ya no cabía preocupación alguna por la muerte de Gustave o sobre el rumbo de Lipsbrook, tras unos segundos de muda conversación se giró hacia mí y me preguntó sobre la identidad de mi acompañante.

Le puse en conocimiento de mis antecedentes con ella,  expliqué mi fallida relación amorosa y los motivos por los que había regresado a mí. En un nuevo alarde de amistad, me ofreció su ayuda para echarla de casa, cosa que decliné aunque agradecí su gesto. La nueva dirección que había tomado mi relación me agradaba, esta vez era yo el que tenía el timón, digo esto, ya que la noche anterior, tras yacer en perfecta melodía entre las sábanas, escuché su llanto, era un llanto emotivo, al tiempo que sus lágrimas recorrían su rostro notaba sus ojos clavándose en mi nuca, yo, haciéndome el dormido era consciente de las tímidas caricias que realizaba sobre mi cuerpo.

Henri tomó mi negativa como prueba evidente del inicio de una relación, y, tras darme una fuerte palmada en la espalda, me invitó a mí y a Elisa a cenar aquella noche, acepté encantado su proposición, y justo cuando creía que Henri se iba a ir a casa, me obligó a arreglarme para ir al puerto.

La mañana, aunque fría, rezumaba una tranquilidad digna de primavera, el olor a sal y el vuelo de gaviotas sobre nuestras cabezas anunciaba la llegada de la estación a Lipsbrook. Caminamos calle arriba en dirección al puerto, cada paso hacia adelante incrementaba la humedad del mar en mi piel, la avenida principal se dilataba por el sol haciendo resplandecer las fachadas blancas y cegando nuestros ojos, andábamos guiándonos por nuestro olfato como dos sabuesos que buscan su presa. Al llegar al puerto, nuestros ojos se abrieron de par en par, la vista era fabulosa, el océano frente a nosotros se expandía como un acordeón mientras los rayos de la mañana pulsaban sus teclas, su azulada superficie reflejaba el vuelo de las aves, joviales habitantes del océano saltaban hacia el cielo salpicando a los numerosos barcos faenantes, a su derecha un gran peñón perteneciente al bosque, custodiaba su flanco con robustos robles, que, apilados formaban una verdosa rampa con desembocadura al puerto.

La cueva, por la que hace unos días logré escapar, seguía manteniendo su oscuro misterio, el rocaje antracita mostraba los estragos causados por la erosión de las olas, de hecho, la pequeña abertura por la que había salido la noche de mi persecución se había producido por el impacto del embravecido oleaje, mi salvación se la debía al mar. La playa, recibía aquella mañana el continuo devenir de las olas, mientras vi la infinita calma del mar aquella mañana pensé en que al igual que el bosque escondía en su extensión infinidad de criaturas extraordinarias, el mar, siendo más vasto, albergaría millones de seres, eso me fascino, acababa de caer en una espiral por escribir relatos ficticios sobre criaturas surgidas de las profundidades.

Recuerdo una noche, escuchar a un viejo marinero hablar de una enorme criatura bicéfala encontrada en sus redes, el marino no pudo aportar la prueba de su existencia puesto que tras sacar la red del mar aquella criatura se agitó y logró regresar a las profundidades, pero según su descripción parecía la mutación de una morena, sus curvados dientes junto a sus diminutos ojos le parecieron el vivo rostro del diablo, y el hecho de tener dos cabezas le atemorizó doblemente. El relato de aquel marinero no fue tomado en cuenta debido a las numerosas jarras vacías posadas en su mesa junto a su dificultad para hilar palabras, pero el caso es, que me podría servir de catalizador para escribir relatos de ficción, buscaría un título impactante como "El diablo viene del mar" o "La serpiente bicéfala de las profundidades" e iría vendiéndolo por todas las tabernas de pueblos pesqueros creando un mito inspirado en un hecho aparentemente ficticio(supongo que así habrá sido creado el mito del Monstruo del Lago Ness que tanto aterroriza a los escoceses).

Henri, tras unos minutos observando las vistas junto a mí, me despertó de mis ensoñaciones. Sacó un viejo diario de su mochila, lo pegó contra mis manos y me incitó a sentarnos para leerlo. El libro, con una tapa granate, rezumaba un fuerte olor a celulosa vieja, ese olor peculiar que sudan las amarillentas hojas de las grandes novelas, que sin leerlas te llenan los pulmones de palabras. En el centro de la tapa, grabado en dorado aparecía escrito "Howard Rowan", su interior estaba acotado por finas tiras de periódico. 

Con sumo cuidado de no perder las guías, abrí el cuaderno. Era el diario personal de Rowan, pero ¿Dónde había sacado esto Henri?

La página que abrí contenía una serie de dibujos a lápiz, el trazo grueso e inestable denotaban cierta torpeza a la hora de dibujar por parte de Rowan, los dibujos trataban de ilustrar una extraña jaula, junto a ella se hallaban anotadas las medidas, algo desorbitadas, dignas de una jaula para un gran oso por lo menos. En la página contigua, Rowan explicaba:

... Llevamos dos meses tras su rastro, tendiéndole infinidad de trampas, pero, por más que lo intentamos, siempre escapa, no queremos vernos obligados a disparar puesto que necesitan que lo entreguemos vivo. Las gentes de aquí lo temen, dicen que es una bestia venida de las profundidades del averno, que es un castigo divino por su mal comportamiento a lo largo de estos años, otros cuentan que es un hombre lobo. Lo cierto es, que nosotros que lo hemos visto hemos sido testigos de que ningún lobo se asemeja a él, posee la altura de un caballo, su rostro, con enormes caninos, es el rostro del demonio, los rojizos ojos se iluminan en la oscuridad segundos antes de atacar a sus presas, se mueve veloz entre las sombras de la noche arrastrando con sus enormes patas todo aquello que se le pone por medio. Ya he perdido dos hombres, pero, esta noche lograremos atraparlo....

Me giré hacia Henri y le pregunté sobre la procedencia del diario, me arrebató de golpe el libro y abrió otra de las páginas, tras ello me lo devolvió, la página decía así:

.... Al fin logramos atrapar al maldito pájaro con pinta de dragón, hoy nos hemos convertido en héroes de este apestoso pueblo de indígenas, nosotros, los hombres de bien, hemos conseguido derrotar a su Dios del cielo, ese enorme pájaro ancestral de pico de lanza y alas grisáceas y ahora nos halagan con multitud de víveres y danzas. Es una criatura curiosa, por más que miramos no le encontramos parecido alguno con ninguna de las aves que se encuentran en la naturaleza, parece venida de otra época, no posee plumaje alguno, pero si una piel dura como la piedra, debe medir unos tres metros de largo y pesar unos 100 Kg, sus alas son como las de un murciélago ya que sus extremidades delanteras se encuentran incrustadas en las alas, de aproximadamente un metro cada una, pero, lo más sorprendente es su enorme y largo pico, al igual que la cresta que corona su cabeza. Las gentes de aquí lo denominan "Kongamato”, y creen que es el guardián de los cielos, aunque a nosotros nos recuerda a los esqueletos de dinosaurios voladores que exhiben en el Museo Británico...

 ¡Impresionante! Rowan era todo un experto a la hora de capturar bestias, tenía un cuaderno a modo de bitácora donde transcribía todas sus misiones y pensamientos, así como las herramientas utilizadas y las estrategias de caza llevadas a cabo por su compañía. Pedí a Henri quedarme con el diario para investigarlo a fondo, cosa que aceptó sin pega alguna, acto seguido le pregunté sobre su obtención, él me miro como los fugitivos cuando se esconden de la ley y me contó que lo había robado de la casa de Gustave, con gran secretismo me dijo haber sustraído más cosas de esa casa y dejándome con la miel en los labios no quiso desvelar el contenido de su botín. Tocó mi hombro con su enorme mano y se despidió con una frase que me dejó recapacitando toda la mañana:

- Amigo, hay cosas en este mundo que escapan de nuestro control.

En ese instante vi a un Henri derrotado, su afán aventurero había muerto, se estaba disipando al igual que las escasas nubes que habitaban el cielo aquella mañana. Sus ojos apagados derrotaron a su curiosidad. Tenía razón en sus palabras, pero no podía rendirse así de fácil, por muy aterradoras que fuesen las palabras de Rowan, no debíamos amilanarnos, Gustave había muerto, teníamos que descubrir si alguien le sucedería en su tarea o sino intentar remendar la situación del bosque nosotros mismos. Entendía a Henri, él poseía una familia y le asustaba el hecho de poder morir en una misión que no era suya, en el instante que unió su vida a su esposa entrego las virtudes del hombre soltero: La libertad para hacer lo que uno desee sin tener que contar con la aprobación de nadie; La temeridad e impulso de realizar cualquier empresa sin pensar en sus consecuencias y por último, perdió lo más valioso de un hombre, su sed de grandeza, la búsqueda de un acontecimiento u obra que lo convierta en un ser eterno, recordado tras su muerte como una persona magnánima, única, especial...

Cuenta Homero, que Tetis dijo a su hijo Aquiles antes de partir “Si vas a Troya, la gloria será tuya. Escribirán historias sobre tus victorias durante miles de años. El mundo recordará tu nombre. Pero si vas a Troya, nunca volverás a casa. Pues tu gloria está ligada a tu perdición.” La sed de grandeza llevó a Aquiles hacia Troya, su madre no se equivocó y Aquiles murió, la gloria le llevó a elegir el camino de la muerte, se hizo eterno, único e inigualable. Como escritor, tengo ese espíritu de eternidad, de ser capaz de realizar una obra u hazaña que me lleve a ser recordado por las generaciones venideras, al no estar adscrito a nada ni nadie, soy libre de arriesgarme a una tarea como la de Gustave o dedicar hasta mi último aliento a desangrar mi corazón en tinta. Henri, en cambio, no, y no por su negado talento de escritor, sino por el vínculo familiar, su responsabilidad está en mantenerlos, trabajar para darles una prospera vida y amarlos hasta su último aliento.

Los peligros y misterios de este mundo no están hechos para él, al fin había comprendido que esta tarea no era suya, se asomó al abismo de lo desconocido y antes de caer dio media vuelta. Me alegraba por él, no podía prometerle llegar vivo al final y no soportaría la idea de dejar a una familia incompleta. 

Sí, pensaba llegar al final de esta historia y proteger al pueblo de las amenazas del bosque de una forma permanente, aún no sabía cómo, pero buscaría la manera. En cuanto a Elisa, era cierto que la amaba, pero no era un impedimento para mi misión, ella me abandonó tiempo atrás así que yo podía hacerlo sin problemas, no podía poner grilletes a mi libertad, además, si muriera en mi intento, no la faltaría de nada, tendría un techo en el que resguardarse y una renta con la que alimentarse. Lipsbrook no era Madrid ni Nantes, pero era un lugar donde asentarse, tranquilo, con unas preciosas vistas y ajeno a las convulsiones del imperialista mundo que nos rodeaba.

Con la firme idea de llegar hasta el final y acabar el trabajo de Gustave, dedique el resto del día en estudiar a fondo el diario de Rowan, sólo aprendiendo de un cazador de bestias podía combatir las fieras que albergaban Lipsbrook. Otro asunto que apareció en mi cabeza fue la Orden de Critón, debía conocer más de ellos, conocer sus fuentes, los planes respecto a las criaturas capturadas...

Lo malo, es que me sería complicado obtener información acerca de ellos, si las palabras de Gustave eran ciertas, se trataba de una sociedad secreta que conspiraba para alcanzar la dominación global, me sería prácticamente imposible conseguir documentos sobre ellos o una audiencia con su jefe, mi única fuente era el testimonio escrito de un difunto llamado Howard Rowan, que más que datos sobre la Orden me dejaba su trabajo de campo.


Al rato caí en la cuenta, Henri me iba a enseñar más cosas sustraídas de casa de Gustave, quizás entre ellas alguna sea importante para mi investigación, la esperanza investigadora no había muerto del todo. Miré mi reloj y sus manecillas marcaban la media tarde, debía volver a casa y avisar a Elisa de nuestra velada en casa de Henri. La dulce Elisa, era una mujer con gran calma a la hora de arreglarse para salir y el tiempo corría veloz en nuestra contra.

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