miércoles, 21 de mayo de 2014

Lipsbrook VII

¿Nunca habéis despertado de la cama con la sensación de no recordar nada de tu vida, de no saber por qué has despertado ahí, no recordar que pasó la noche anterior y notar una calma emocional que dibuja una amplia sonrisa vital en tu rostro? Así amanecí aquella mañana, absorto a cualquier acontecimiento ocurrido hace unas horas, con una serena calma en mi interior.

Los rayos del sol que penetraban de entre las tablas de la ventana iluminaban mis extasiados ojos, debajo, Elisa descansaba retorcida entre las sábanas con su melena despreocupada inundando la almohada. Recorrí el pasillo para inspeccionar la casa, en la habitación de invitados Emma reposaba sobre la cama mientras Henri, en profundo sueño, permanecía sentado en una silla con un martillo entre sus manos, que ahora usaba como apoyo para su pesada y somnolienta cabeza.

No quise despertarlos, quería gozar de un rato  en soledad, tumbarme en mi sofá y escribir la belleza emanada por una  mañana primaveral, me quedaría un rato mirando tras la ventana el ajetreo de un pequeño pueblo que se desperezaba. Pero antes tenía que retirar los tablones colocados por la noche, como mi martillo se encontraba ocupado sujetando la cabeza de Henri tuve que utilizar una pequeña navaja que guardaba en el bolsillo de mi chaqueta, no me resultó tan rápido ni fácil como con el martillo, pero finalmente logré sacar los clavos y retirar los tablones sin levantar el más mínimo estruendo.

Una vez acabada mi chapuza me deje caer sobre el sofá y miré tras la ventana, como compañía disponía de mi tradicional lapicero y una diminuta libreta. Me puse a describir el pausado ritmo de los habitantes, que andaban despreocupados y soñadores por sus empedradas aceras, un niño de infinitos bucles morenos señalaba agitándose con el dedo índice el horizonte, sus intrépidos ojos centelleaban, deseaba caminar dirección al puerto, quería zambullirse en el mar. Su madre le seguía de cerca aunque se mostraba más apagada, su cuerpo cansado la llevaba a arrastrar sus pasos tras el pequeño. De nuevo estaba escribiendo escenas cotidianas, poco a poco volvía a surgir de mi puño el escritor que deje olvidado en Madrid tras mi debacle amorosa, en ese instante no sabía si eso era bueno o malo.

Como un latigazo que restalla contra mi espalda surgió, reventó la pompa de mi inocencia y me devolvió al mundo real. Volvía a recordar los horrendos hechos acontecidos la noche anterior, la mirada del luminoso relampagueo en mi cabeza, con ella un demoniaco escalofrío recorrió mi cuerpo, de un respingo me reincorpore del sofá. Los gritos ahogados de aquel joven resonaban en mi cabeza, mi respiración se aceleraba y mi vista se tornaba en negro, me faltaba el aire mientras mis extremidades comenzaban a hormiguear, estaba perdiendo el control de mis sentidos, cuando estaba a punto de sucumbir a la oscuridad, la mandíbula de aquella bestia se descoyunto al abalanzarse para devorarme. Tras esto, caí en las sombras del miedo retirándome al letargo.

No se cuánto tiempo pase en las garras de Morfeo, recluido en su castillo de sombras, recuerdo recobrar mi conciencia al impactar contra mi rostro unas manos, golpeaban mi cara de manera suave aunque seca, poco a poco fui abandonando el castillo del sueño dirigiéndome a la luz. Lo primero que vi tras subir mis pesados párpados fue el rostro de Elisa. Había despertado en el cielo, ahora era consciente de que los ángeles existían. El efecto que producía los rayos de la mañana sobre su rubio cabello creaban la ilusión de estar ante un ser celeste, al principio no escuchaba sus palabras y en mente resonaba un pitido ensordecedor que mi mente enamorada transformaba en una dulce melodía de arpa. Cuando por fin volví a estar al timón de mi cuerpo escuché las palabras de Elisa, inquieta y asustada me instaba a levantarme del sofá e irnos de aquí. Debido a mi estado, me encontraba desubicado y no entendía bien sus palabras, tiraba de mi brazo para incorporarme del sofá, me indicaba la mesa en la que se encontraba un conjunto tirado encima con los zapatos volcados en el suelo, no sabía que quería hacer y por qué tenía esas prisas por salir de casa. 

Hice caso omiso a sus peticiones y camine en dirección al cuarto de invitados, al llegar a su puerta vi que nadie se encontraba en su interior, la habitación lucia vacía, con la cama deshecha, el martillo que horas antes sujetaba la cabeza de Henri estaba tirado en el suelo. Empezaba a extrañarme tanta fugacidad y decidí volver mis pasos al salón, Elisa cada vez más nerviosa me lanzó la camisa a la cara, con un "¡Vístete!" parecía cabreada por el nerviosismo que recorría su cuerpo. Aletargado, me puse la camisa y dirigí mis pasos hacia la mesa del salón para completar mi vestimenta, los pantalones se deslizaron entre mis piernas como si de dos serpientes se tratase, con calma me calcé los zapatos y al acabar, aun sentado, miré a Elisa para preguntar por tanta prisa. Sus ojos chispeaban y se agitaban  en sus cuencas como si fuesen a salirse de ellas, sin duda alguna estaba impaciente por sacarme de aquí, pero no sabía la razón, era de día, la calle parecía tranquila y el sol reinaba en lo alto del cielo. No existía motivo alguno para una huida precipitada.

-¡Vámonos de una vez!

Gritó, fuera de sí, tras abrir la puerta que conectaba a la calle me agarró del hombro con fuerza desmedida y me lanzó hacia la calle. Mi cuerpo aún mermado avanzó torpe a la acera, Elisa siguió mis pasos y ando decidida en dirección noroeste hacia la Calle Williamson, de camino intenté descubrir el motivo de tal paseo, la mañana era una mañana cualquiera de Lipsbrook, cursaba igual que cuando estaba escribiendo sobre el sofá, supuse que alguna sorpresa me tendría preparada o que iríamos al encuentro con Henri y Emma aunque su casa se encontraba en la dirección opuesta, cerca teníamos el puerto, a una calle tras llegar a la iglesia de St Patrick, así que me hice a la idea de ir al puerto, por lo que enfile la avenida principal. Elisa me cogió y me ubicó para entrar en la iglesia, un segundo antes de entrar a la iglesia, se acercó a mi oído y me susurro que me mantuviese callado una vez dentro, miré extrañado su rostro, acababa de soltarme una obviedad, como iba a hablar dentro de una iglesia, aunque no fuese religioso respetaba el silencio en sus templos.

Elisa empujó el portón, la pesada puerta de roble cedió dándonos una bocanada de misticismo, la luz de los cándeles se vislumbraba a la derecha del templo, a su lado, tenuemente iluminado se erguía la pila de agua bendita. Nunca llegué a entender aquello del agua bendita, se suponía que el cura se posaba frente a la pila y tras decir unas palabras y dibujar la cruz en el aire el agua quedaba bendecida. Mi cerebro racional no podía asimilar que una simple persona pudiese alterar el agua y convertirla en algo purificador y bendito, la magia no existía, ni un ilusionista tiene el poder de hacer magia, simplemente engaña al público con ilusiones, como la vez que vi un número de un tal Jake "El Majestuoso" cuyo número especial era hacer desaparecer a una joven del público ocultándola tras una sábana que tras unas palabras la transportaba a la entrada del teatro. Resultó ser una ilusión, puesto que existía una trampilla por la cual la joven (su ayudante y no público) caminaba por un pasadizo subterráneo hasta la entrada de la sala. El mago conseguía levantar al público de su asiento, engañaba sus ojos a la perfección, pero en realidad cada una de las personas del público sabía que todo era un truco, una simple ilusión, la cual aplaudían por no saber que treta había usado para cautivarlos. Esto del agua bendita me suena más a un gesto de fe que a una verdad. 

Elisa avanzó a través de la nave central, justo por medio de las filas de bancos que custodiaban cada lado de la nave, yo la seguía sin saber muy bien que hacíamos. La gente, dando misa giraban sus cabeza escrutando cada uno de nuestros pasos, sentía sus ojos clavarse en mi como si de un invitado no esperado se tratase. En el altar, el cura recitaba unos versículos de la biblia, no escuché sus palabras pues las miradas penetrantes de los asistentes me mantenían distraído e inquieto. 

Al fin, Elisa tomó asiento, fue a aposentarse cerca de un matrimonio que observaba fijamente los movimientos del párroco, estaban hipnotizados ante su oratoria, en suspense, expectantes por oír la próxima frase que emanase de sus labios. Al sentarnos, mire a Elisa tratando de recibir una respuesta ante su repentino ataque de fe, pero ella solo se dedicaba a escrutar al cura, le miraba al igual que nuestros acompañantes, en silencio y sin desviar la mirada. Todo era demasiado extraño y yo cada vez me sentía más incómodo en aquel lugar, mi inquietud hacía sospechar al resto de los asistentes, era palpable sus miradas sobre mi nuca, pequeños susurros se escuchaban a mis espaldas y sabía perfectamente que conspiraban contra mí. Mi cabeza comenzó a establecer teorías sobre mi observación: Sabían que la noche anterior había estado luchando contra un demoniaco ser y presenciado la muerte de un inocente. Probablemente alguno de los asistentes se asomó a la ventana al escuchar el grito desgarrador del joven al ser cazado y nos vio.

Esperaba que Elisa se levantase lo más rápido posible para salir de aquel nido de ojos punzantes, pero ahí estaba, rígida y en silencio como autómata. La situación comenzaba a aterrarme, esta no era la picara y dulce mujer que vino hace unos días. Quería hablar con ella de la razón de nuestra visita a este palacio de corderos, pero mi mente me decía que ella ya era un cordero más de este rebaño.

Decidí relajarme para tratar de pasar desapercibido ante los feligreses y más tras ver los inquisidores ojos del cura clavárseme como dagas en uno de mis escorzos por averiguar mi custodia. Así que me recogí sobre mi asiento y seguí la misa, el guía del rebaño hablaba sobre la muerte, el camino hacia la vida eterna y las tentaciones del mal. No contaba nada fuera de lo normal, aunque a mitad de su sermón comenzó a hablar sobre una criatura demoniaca venida de las profundidades y creada por Dios al quinto día llamada "Leviatán". En palabras del cura "Dios creó un gran monstruo del mar llamado Leviatán para castigar a los pecadores". 

Aquellas palabras causaron pavor entre los asistentes que ahora  desclavaban sus miradas de mí y susurraban salmos contra aquel maligno ser. El párroco reiteró la figura del Leviatán para lograr una mayor sumisión de los asistentes, los ojos se le iluminaron, estaba absorbiendo poder a través del miedo de sus feligreses. Cuando su poder ya fue suficientemente alto llamó a uno de sus monaguillos le rodeó con su brazo y habló al oído, el niño tras escuchar las ordenes de su superior se dirigió a una puerta colocada tras el altar, entró en su interior y al minuto sacó una chirriante camilla, avanzaba pesada sobre el altar de la iglesia con las ruedas desgastadas besando el suelo. El diminuto y enclenque cuerpo del monaguillo apenas podía arrastrar la pesada carga que yacía sobre la camilla que se hallaba tapada por una impoluta tela blanca. 

Un silencio de suspense se respiraba ante el movimiento de la camilla mientras el cura impaciente esperaba la llegada del niño a sus pies. El ambiente era denso y los murmullos sobre lo que se ocultaba bajo la tela revoloteaban en el interior de la iglesia, el bulto ocultado bajo el blanquecino manto dejaba intuir una figura antropomorfa de grandes proporciones, llegué a pensar que se tratase de los restos de un antiguo santo, pero de ser así debió de ser un hombre enorme. 

La mirada de Elisa centelleaba ante los acontecimientos, ni se giró para intentar preguntarme sobre la figura, su abstraída mirada la llevaba a otra realidad, se encontraba enajenada de su cuerpo, podía chasquear los dedos frente a sus ojos y no ser consciente del estímulo. Seguía sin explicarme su repentino comportamiento, pensé que tras el trauma de anoche se habría vuelto una devota, su mente no podía pensar racionalmente que hay fuerzas y seres que se alzan por encima de nosotros evolutivamente, y habría achacado que los luminosos son diablos mandados por Dios para castigar nuestro ateísmo. Pero tampoco veía en ella la fijación que observaba en los demás asistentes, ella solo mantenía su cabeza erguida sin gesto alguno y con sus ojos estáticos, los demás en cambio, repetían a modo de mantra cada palabra del sermón.

Cansado de la situación quise descubrir la causa del estado de congelación, así que pose mi mano izquierda sobre su hombro y me acerque despacio a su oído, con una apagada voz le pregunté la causa de estar en aquel lugar. Sus ojos se voltearon hacia mi persona, por un momento me sentí asustado, la dulce Elisa volvió a su antiguo ser y con su característica y única voz aterciopelada me dijo "Te dije que debíamos mantenernos en silencio".

Sus palabras me reconfortaron, Elisa seguía siendo la misma chica de siempre y solo actuaba dentro de una iglesia donde un ambicioso cura sediento de poder jugaba con el suspense de un cuerpo sobre una camilla.

Al fin el cura desenmascaró el misterio atrapado bajo el manto pálido, mientras tiraba de la blanca tela sus labios escupieron una frase inquisitiva al pueblo que estremeció los corazones de los asistentes "Hermanos, vuestras libertinas vidas los han traído" dijo mientras descubría a un luminoso muerto.

El terror se apoderó del templo, los feligreses se estremecían como corderos ante el lobo, sus ojos se diluían en lágrimas de pánico. Las oraciones a Dios se repetían en bucle por toda la estancia, cada uno de aquellos pobres diablos suplicaba por su vida a la vez que se arrepentía de sus pecados. Elisa aprovechó el tumulto para dirigirse a mí y demostrarme el motivo de nuestra visita, no conocía el motivo de que Elisa supiese esta sorprendente misa del fin del mundo pero me asombraba descubrir sus dotes interpretativas. El párroco en medio del tumulto llamó al orden a los asistentes y les insto a sentarse. Desde su posición de guía espiritual se erigió como salvación de su rebaño, agarró el cuerpo inerte del luminoso y lo levantó de la camilla, con el ser de pie nos miró:

-Hermanos, la ira de Dios se cierne entre nosotros, imploremos perdón a nuestro creador y esperemos que su gracia divina nos haga participes de convertirnos en almas dignas de alcanzar el paraíso. Un Leviatán se halla entre nosotros y este es uno de sus vástagos.

El rostro del párroco, con sus ojos brillantes clavándose en la mirada de cada uno daba muestras del poder que un buen orador podía ejercer en nuestras conciencias, además la criatura inerte apoyada sobre su cuerpo aterraba nuestros corazones. Por suerte, Elisa y yo poseíamos una mente fuerte y racional que nos libraba de supersticiones.

Uno de los asistentes a la misa replicó al cura sus palabras. Era un hombre alto, de piel morena, calvo con labios gruesos y un mentón prominente. Su voz metálica daba autentico estupor, por otra parte su seguridad al hablar le hacían valedor de una verdad absoluta. 

El hombre impuso al cura silencio, y sin vacilación alguna salió de su asiento y encaminó el altar. Los asistentes en silencio sepulcral admiramos a aquel hombre robusto de larga túnica negra caminar con total impunidad hacia un cura que había perdido toda su soberanía, los ojos del párroco ya no brillaban, se habían secado. Al subir al altar, el hombre empujó al pastor, como el león que arrebata la hegemonía a otro. Agarró con violencia la cabeza de luminoso y levantó su cuerpo frente a nosotros dijo:

- Queridos amigos, sé que habéis sufrido la persecución de estas apestosas alimañas, yo,  Arthur Carter, me comprometo a liberar a vuestro pueblo de ellas, enviadas aquí por los alemanes con el propósito de eliminar a los valerosos hijos de la madre Inglaterra. Prometo cazarlas y devolverlas allí de donde han salido, las inmundas tierras del káiser. Hoy he venido aquí, no como salvador, sino como hijo de este, nuestro pueblo, mis soldados están ahí afuera de esta iglesia para custodiaros, pero me temo que humildemente necesito de vuestra ayuda. Preciso de hombres valerosos que amen a su país para guiarme hasta el paradero de esas bestias, pues el bosque es vasto y si no se precisa de un buen guía caeremos en las garras de la muerte.

-Esta medianoche, los voluntarios, asistid a nuestro campamento en la playa para enrolaros a la causa.

Al acabar su discurso lanzó el inerte depredador al suelo, demostrando una vez más la seguridad que poseía, miró al cura, que deshecho lo observaba con recelo. Bajó con paso firme y decidido el altar, sus ojos ardían de poder y en su rostro una malévola sonrisa se intuía.

Las palabras de Arthur cayeron como una pesada losa ante los asistentes, habían invadido Lipsbrook sin previo aviso con el "propósito" de liberarnos de unas criaturas que, según él, habían sido enviadas por el káiser para masacrarnos. Los ignorantes habitantes de Lipsbrook podían ser manipulados fácilmente pero tanto Henri como yo sabíamos la verdad. No estaban aquí para ayudarnos, había algo que les interesaba de este pueblo, y mi intuición sabía perfectamente lo que era.

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